MEXTRÓPOLI 2015

La ciudad es un lugar común. No sólo porque congrega una comunidad —o varias, de hecho— o porque desde hace algunos años nos repiten que al menos la mitad de los humanos habitamos entornos urbanos. Es también un lugar común porque precisamente esas condiciones parecen haberla convertido en tópico inexcusable del discurso arquitectónico contemporáneo y, por lo mismo, porque muchas veces se discute sobre ella más a partir de prejuicios que de argumentos.

La densidad urbana, la casi milagrosa multiplicación de los pisos que permite que diez o cien familias habiten donde antes lo hacía una sola, es uno de los temas más apremiantes sobre la ciudad actual.

Solución o conflicto, la densidad tiene varios lados y por eso tal vez sea mejor hablar de densidades. Así como parece garantizar mayor eficiencia y economía en ciertos aspectos, una ciudad densa inevitable y paradójicamente consume más suelo para abastecerse de energía y alimento para su población. La mayor cercanía a ciertos servicios e infraestructuras tampoco garantiza su accesibilidad, al contrario: la inequidad y la marginación tienden a multiplicarse en muchos casos junto con la población.

A cierto grado de crecimiento, se afirma que la ciudad ya no puede planearse con un proyecto coherente y que sólo el mercado tiene inferencia directa en su desarrollo. Eso parece ser más una coartada o una excusa que un hecho constatado.